“El afn de tener ms y ms los domina hasta
que la muerte los sorprenda y entren en la tumba. No deberan comportarse as!
Ya se van a enterar [que obrar para la otra vida es superior]” (Corn 102:1-3).
Hace veinte aos, escrib un artculo que intitul “la era de la
reduccin”. Fue publicado en el libro Opiniones islmicas sobre temas
contemporneos. Ahora, encuentro la necesidad de hablar de “la era del
aumento”.
No existe contradiccin entre mis dos
descripciones de nuestra era. Hay dos lados de la misma moneda, una moneda a la
que podemos denominar “miseria”. Vivimos en la era de la reduccin en relacin
al ser humano, pero es la era del aumento con respecto a las cosas materiales.
La reduccin que vemos es en el
espritu humano. En nuestros sentimientos, nuestra sensibilidad, nuestra
humanidad misma. Esto, mientras nos deleitamos en los excesos de las cosas
materiales, competimos por alturas vertiginosas en la construccin de nuestras
ciudades, y avanzamos rpidamente en el progreso tecnolgico. Sin embargo, la
gente no es feliz. La felicidad humana contina disminuyendo.
Nos estamos perdiendo. Nos estamos
haciendo cada vez ms superficiales. Nuestros espritus son insustanciales.
Hemos perdido la riqueza de nuestra sensibilidad interior. Nos apresuramos hacia
el mundo material y nuestra experiencia se hace inseparable de l, moviendo,
expandiendo, creciendo. Sin embargo, nuestra fe, nuestro significado interior,
as como nuestras sensibilidades morales, se pierden en el camino.
Hay una creciente abundancia de
servicios, bienes de consumo, bienes de primera necesidad y pasatiempos.
Tenemos ms opciones de entretenimiento que nunca antes. Hay ms riqueza y ms
cosas para comprar. La ciencia y la tecnologa estn avanzando a un ritmo cada
vez mayor. Entonces, por qu la gente se siente cada vez ms desgraciada? Qu
hemos perdido de la belleza de la vida?
Cada da, nos encerramos ms detrs de
nuestros bienes materiales. Nos volvemos, en consecuencia, menos sociales, ms
distantes de la familia y los amigos, de nuestros cnyuges e hijos. Incluso nos
hacemos extraos a nosotros mismos. Nos estamos bloqueando lentamente unos de
otros con paredes invisibles. Incluso las voces que se levantan aqu y all,
parecen quedar atrapadas en sus gargantas, de modo que nadie las escucha.
Este bloqueo de cosas materiales nos ha
inundado. Es difcil para cualquiera interponerse en este camino. Se mueve
hacia adelante sin descanso y de forma irresistible. Nos hemos puesto en una
situacin de la que no podemos salir.
Recuerdo una obra del dramaturgo
francs Eugne Ionesco cuyo protagonista se encuentra obstruido por las cosas,
que cada vez lo invaden ms, hasta que queda totalmente apartado de lo que lo
rodea. Es expulsado del mundo. Sus gritos no pueden ser escuchados por nadie.
Las cosas no solo poseen la capacidad de excluir a la persona, sino que tienen
la capacidad de hablar, como en un sueo o en una pesadilla, donde uno no puede
articular palabra.
Recuerdo tambin que Leopold Weiss escribi
en El camino hacia La Meca sus experiencias como hombre occidental
viviendo en la bsqueda incesante y febril de la acumulacin material. l
reproch a su pueblo por su depresin y su miseria:
Un da (en
septiembre de 1926), Elsa y yo estbamos viajando en el metro de Berln. Era un
compartimiento de clase alta. Mi ojo cay casualmente sobre un hombre bien
vestido frente a m, aparentemente un hombre de negocios acomodado con un
hermoso maletn en las rodillas y un gran anillo de diamantes en la mano. Pens
en lo bien que la portentosa figura de ese hombre encajaba en la imagen de
prosperidad que se encontraba por aquellos das en todo lugar de Europa
Central: Una prosperidad ms prominente por haber llegado despus de aos de
inflacin, cuando toda la vida econmica haba sido enrevesada, y la apariencia
desaliada haba sido la norma. La mayora de la gente ahora estaba bien
vestida y bien alimentada, y el hombre frente a m no era la excepcin. Pero
cuando mir su rostro, no me pareci estar mirando una cara feliz. l pareca
estar preocupado, y no solo preocupado, sino agudamente infeliz, con los ojos
mirando hacia adelante fijamente, y las comisuras de la boca contradas, como
si tuviera dolor, pero no dolor corporal. Sin querer ser descorts, retir mi
vista y vi a su lado a una mujer de cierta elegancia. Ella tambin tena en su
rostro una expresin extraamente infeliz, como si contemplara o experimentara
algo que le causara dolor; sin embargo, su boca estaba fija en una apariencia
rgida de sonrisa que, yo estaba seguro, deba ser habitual. Entonces, comenc
a mirar alrededor los dems rostros del compartimiento, rostros pertenecientes
a personas bien vestidas y bien alimentadas, sin excepcin, y en casi todas
ellas pude distinguir una expresin de sufrimiento oculto, tan oculto que el
dueo del rostro no pareca darse cuenta de ello.
Esto, de
hecho, fue extrao. Jams haba visto tantas caras infelices a mi alrededor, o
quizs nunca antes haba visto lo que ahora me hablaba tan alto en ellos? La
impresin era tan fuerte, que se lo mencion a Elsa, y ella comenz a mirar
alrededor con los ojos cuidadosos de un pintor acostumbrado a estudiar los
rasgos humanos. Luego, se volte hacia m, atnita, y dijo: “Tienes razn,
todos parecen estar sufriendo los tormentos del Infierno Me pregunto, sabrn
ellos mismos lo que les est ocurriendo?”.
Saba que
no lo saban, pues de otro modo, no seguiran desperdiciando sus vidas como
hacan, sin ninguna fe en verdades vinculantes, sin ningn objetivo ms all
del deseo de elevar su propio “nivel de vida”, sin ninguna esperanza aparte de
tener ms comodidades materiales, ms dispositivos electrnicos, y quizs ms
poder
Cuando
regres a casa, vi en mi escritorio una copia del Corn que haba estado
leyendo antes y que estaba abierta. De forma mecnica, tom el libro para
guardarlo, pero cuando estaba por cerrarlo, mi ojo cay en la pgina abierta
ante m y le:
El afn de tener ms y ms los domina
hasta que la muerte los sorprenda y entren en la tumba.
No deberan comportarse as! Ya se van a enterar [que obrar para la otra vida
es superior].
Una vez ms: No deberan comportarse as! Ya se van a enterar [que obrar para
la otra vida es superior].
Si hubieran sabido con certeza [el castigo de quienes consumen su vida en el
afn de tener ms y ms, habran cambiado el rumbo de sus vidas].
Habrn de ver el fuego del Infierno,
y lo vern con los ojos de la certeza.
Luego, ese da [del Juicio] se les preguntar por cada bendicin que recibieron
[durante la vida mundanal].
Por un momento, me qued sin palabras. Creo que el libro se estremeci en mis
manos. Luego se lo di a Elsa. “Lee esto. No es una respuesta a lo que vimos en
el metro?”.
Era una respuesta: una respuesta tan decisiva, que toda duda termin de
repente. Ahora saba, sin lugar a dudas, que era un libro inspirado por Dios lo
que tena en mis manos, pues si bien haba sido puesto ante el hombre haca ms
de trece siglos, anticipaba con claridad algo que solo se haba hecho realidad
en esta poca nuestra, tan complicada, mecanizada y fantasmagrica
En todas las pocas, la gente ha conocido la avaricia. Pero en ningn momento
anterior haba crecido la avaricia en un mero afn por adquirir cosas hasta
convertirse en una obsesin que borra de la vista todo lo dems. Un deseo
irresistible de conseguir, hacer, tramar ms y ms, ms hoy que ayer, y ms
maana que hoy. Un demonio cabalgando sobre los cuellos de los hombres,
azotando sus corazones y llevndolos hacia objetivos que destellan burlonamente
en la distancia, pero se disuelven en una nada despreciable tan pronto como se
los alcanza, manteniendo siempre la promesa de objetivos nuevos, de metas an
ms brillantes, ms tentadoras mientras permanezcan en el horizonte, pero
obligadas a marchitarse tan pronto como estn al alcance. Esa hambre insaciable
por nuevas metas carcome el alma del hombre: Si supieras en el infierno en que
ests!
Me qued claro que esto no era la mera sabidura de un hombre en un distante
pasado en la lejana Arabia. Por muy sabio que hubiera sido ese hombre, no
poda, por s solo, prever este momento tan peculiar en el siglo XX. En el
Corn habla una voz ms grande que la de Muhammad
Leopold Weiss haba ledo sura At-Takazur
y abraz el Islam. Podemos leer, en su traduccin de este captulo del Corn,
la forma en que la entendi en ese momento. Su “estn obsesionados con la
avaricia de tener ms y ms” captura mucho de la esencia del significado de
la aleya “El afn de tener ms y ms los domina”.
l articula el problema cuando la gente
pone un premio en las apariencias externas y da poco valor a la vala interior,
cuando prefiere el xito mundano sobre el xito en el Ms All, cuando ponen
mayor participacin en intereses personales que en la conducta tica, y cuando
enfocan sus vidas en la adquisicin material sobre el desarrollo de su yo
interno.
Qu felicidad hemos logrado con este
diluvio de exceso material? Cmo podemos recapturar nuestras propias almas?
Sabemos ms sobre los aspectos fsicos de nuestras vidas que nunca antes en la
historia. Sin embargo, las dimensiones internas de nuestras vidas, han cado en
un estado vergonzoso.